No obstante todas estas explicaciones bioquímicas, que
podrían terminar arrancándole al amor su mágico misterio, hay una verdad que se
yergue como un templo: mantener por tiempo una relación saludable, es más de
razón, comprensión y habilidad, que de otra cosa. Entonces ¿qué hacer para
lograr que esta química inicial no se diluya entre los ácidos de la
cotidianidad, las amarguras de las peleas o los brotes de incomprensiones? La
respuesta es fundamentalmente una: amar con inteligencia.
Amar con inteligencia es, también, no dejarse arrastrar por
el sentimiento, por la química, y darle el espacio que se merece al raciocinio.
Hay quienes conocen a parejas donde la mujer es dominada, incluso maltratada
físicamente por su pareja y aún ella dice que lo ama. ¿Cómo se puede querer a
una persona que no nos respeta, que nos daña y avasalla? ¿Qué significación
tiene eso? ¿Realmente se puede amar desde la humillación?
No hay química amorosa que debiera resistirse cuando una
persona, sea hombre o mujer, no tiene para con su pareja el reconocimiento y la
consideración que debe mediar entre dos que construyen una relación de amor.
Pero la gente se ciega muchas veces y, atrapados en las
reacciones de las que antes hablábamos, no pueden ver con claridad ciertos
elementos o sucesos que se encienden como luz roja en son de advertencia.
Amigos, amigas y familiares muchas veces se acercan: “No te conviene”, puede
ser el aviso. Alucinada o empecinadamente, da igual, se piensa que podemos
fundir otra personalidad en la pareja que amamos, hacerla distinta, mejor para
bien.
Quizás sería oportuno prestarle más atención a quienes de
buena fe nos advierten porque sobre todo no están bajo los efectos de la
química, y pueden ver muchas cosas con mayor claridad y objetividad.
No dejarse arrastrar por los sentimientos y mantener siempre
despierto el entendimiento —que hace posible una relación sana y por tanto
realmente vivificante.
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