La existencia de los
ángeles comienza exactamente en el límite donde termina nuestro pensamiento
racional y lógico, donde termina nuestro mundo convencional y rutinario.
Pasando por ese límite, comienza la sorpresa y el asombro. Allí es posible
encontrarlos, sutiles, livianos, de rostros luminosos y hermosos ropajes.
Ellos, extendiendo
sus alas, nos ayudarán a pasar esas fronteras racionales y llegar a un sitio
donde nos transformamos y comenzamos nuevamente a tener fe. Para ello tenemos
que dominar nuestro mayor miedo, el de ser diferentes. Podemos tener la certeza
de que ese miedo, el de ser diferentes. Podemos tener la certeza de que ese
miedo se irá disolviendo y cada vez que nos dejamos caer en el desánimo, ellos
nos sostendrán con sus alas. Cada vez que estemos desorientados, ellos nos
susurrarán mensajes fantásticos a los oídos y nos dejarán señales para
indicarnos el camino, que es tan fácil perder.
Las hadas y los
duendes también transitan por estos caminos, pero muchas personas no pueden
encontrarlos… sobre todo si hace mucho tiempo dejaron de soñar y sus proyectos
se taparon con las malezas y las hierbas tupidas que crecen sobre los sueños
nunca realizados.
Los ángeles nos
enseñan también que las oraciones aprendidas en la infancia son una protección
fuertísima y son fórmulas mágicas, y por lo tanto, están llenas de poder.
Ellos nos devuelven
la magia, la fe en nuestros sueños, la confianza y la memoria de un origen muy
antiguo. La memoria olvidada de ser hijos del cielo, hijos del esplendor, hijos
de Dios.
Esta memoria de
nuestro verdadero origen es uno de los primeros regalos que recibimos cuando
los ángeles, al comunicarnos con ellos, nos permiten entrar cada vez más en sus
dominios, con la facilidad que tienen los niños, para quienes este mundo mágico
está siempre abierto.
En cuanto a la forma
de los ángeles, ellos dicen que no están limitados por la forma, que su forma
cambia mientras se mueven, participando de las cualidades de los reinos que
transitan. Como no son perceptibles por nuestra vida normal, y como cambian y
se mueven tanto, refiriéndolos a nuestra noción de forma, resultan amorfos.
Creo que hay
momentos, cuando desean comunicarse con los humanos, en que adquieren una forma
densa con el propósito de que podamos percibirlos… Después de todo, la mayoría
de nosotros ni pensaría en comunicarse con una impresión en movimiento.
Aprender a hablar
con los ángeles es, en realidad, aprender a hablar con nosotros mismos y con
nuestros semejantes de un modo nuevo y más profundo. Es aprender a comunicarnos
más abiertamente con nuestro universo y estar más sintonizados con nuestro rol
de co creadores y participantes de su evolución.
Para hablar con los
ángeles no se requiere técnica alguna. No hay métodos fáciles para enseñar a
hablar con ellos, como tampoco lo hay para comunicarnos con nuestro YO
Interior. La verdadera comunicación surge de nuestro propio ser y de la
totalidad de nuestra vida. Es algo en que nos transformamos en el transcurso de
nuestra existencia y no algo que aprendemos. Lo que realmente comunicamos es
aquello que somos, no tanto lo que podemos expresar con palabras.
Los ángeles se
comunican con las criaturas humanas de un modo directo, no verbal. Pueden
hablarnos de dos modos, desde adentro o desde fuera, en nuestro interior o en
las señales del mundo exterior. Sus palabras no se entienden con la cabeza sino
que se sienten con el corazón. No se razona, se intuye. No hemos de rompernos
la cabeza con los ángeles, hemos de abrir el corazón. Con sus consejos y
sugerencias, los ángeles nos ayudan a superar las limitaciones humanas, a vivir
la eternidad en el momento presente, el Cielo en la Tierra.
Los ángeles siempre
han estado ahí, para socorrernos, para ayudarnos, pero lo importante es, cuando
pedimos su ayuda, que nos demos cuenta de su presencia en nosotros.
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