Los ángeles son los “ayudantes invisibles” que tras una
llamada nuestra están preparados para intervenir en nuestro favor, pero
respetando siempre las leyes del karma.
Son seres de luz, de muchos niveles evolutivos, que se
mueven con armonía en torno a nosotros. Son admirables seres cuyas vidas
inspiran y crean todo en la naturaleza.
Los ángeles son seres espirituales, y todos nosotros somos
seres espirituales, pero espiritual no es sinónimo de religioso, aunque muchas
religiones puedan ser muy espirituales. La espiritualidad es algo que todos
llevamos dentro y de la cual demasiado a menudo estamos desconectados. Lo
espiritual en nosotros es lo que da sentido a la vida, haciéndonos conectar con
nuestra esencia, con la paz mental. Descubrir el mundo del espíritu, nos dicen
los ángeles, es como volver a nacer.
Los ángeles pueden hacernos recordar nuestro origen
espiritual y nuestro fin divino. Pueden ayudarnos a restaurar nuestro estado y
a vivir una vida de acuerdo con lo que realmente somos. Sólo tenemos que hablar
con ellos, pedírselos humildemente, con fe, con esperanza, con convicción.
Seres de luz, los ángeles son manifestaciones de lo divino
que esperan que los acojamos en la simplicidad y en la pureza del corazón, en
los brazos del niño mágico que hay dentro de cada uno de nosotros. Quieren que
los abracemos, pues ellos nos abrazan constantemente y nosotros no nos damos
cuenta.
Un ángel es energía, es presencia, sea cual sea el nombre o
la imagen con que la tradición humana le ha denominado. El ángel es realidad.
Que el hombre moderno lo crea o no, el ángel existe, nada podrá cambiar su ser.
No importa que no lo veamos; tampoco podemos ver el sonido de la música ni el
olor de un perfume, sin embargo eso no hace que no existan. Además, el que no
los veamos con nuestros ojos físicos no es lo más importante, ya que hay cosas
como la electricidad, que tampoco llegamos a ver, sino que solamente percibimos
sus efectos.
Con los ángeles ocurre algo parecido. Por regla general, y
salvo que ellos deseen lo contrario, no podemos verlos, pero sí podemos
sentirlos. No es necesario hacer complicados ejercicios de visualización para
ver a los ángeles. Sólo es necesario que percibas o, mejor dicho, que te des
cuenta del fruto de su trabajo y que lo agradezcas.
Debemos comprender que los ángeles quieren ser nuestros
amigos. Son nuestros compañeros en el viaje de la vida por este planeta cuyo
amor, luz y sabiduría puede enriquecer nuestras vidas enormemente. Quieren
compartir con nosotros y ayudarnos a crecer hacia el único destino espiritual
que es el nuestro. Su guía y apoyo son maravillosos, y debemos alegrarnos y dar
gracias por ello.
Los ángeles son nuestros amigos, no nuestras herramientas ni
nuestros criados personales a quienes podemos dar órdenes. Sirven a Dios, que
es Amor, y la única agenda que conocen, es el Plan Divino.
Hay una clave en la misma palabra “ángel”, derivada del
griego Angelos, que significa “mensajero”. Los ángeles son mensajeros de
nuestro Creador. Contienen en sí los patrones básicos de la Creación, que se
tornan manifiestos en nuestro mundo tridimensional.
Ellos obran con nuestras almas en conjunción con la Mente
Universal, para ayudarnos a elevar la visión y el espíritu, recordándonos la
verdad, la belleza y la bondad que existe dentro de todo. Al invocar a nuestros
ángeles para que nos ayuden a ejecutar tareas tanto mundanas como inspiradas,
podemos confiar en que todo sucederá de acuerdo con la Voluntad Superior y no
sólo con la nuestra.
Mediante esta colaboración perdemos nuestra sensación de
aislamiento, empezamos a comprender realmente que no estamos solos y carentes
de apoyo; que en nuestro derredor hay ayuda y guía por doquier. En esta forma
comenzamos a abrirnos al estado de gratitud en el que pueden ocurrir los milagros.
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